domingo, abril 20, 2025

Genocidio armenio: «La vida que vivimos es un regalo de quienes sobrevivieron»

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El genocidio comenzó un 24 de abril de 1915 dejando una catástrofe humana: un millón y medio de armenios fueron masacrados por el imperio otomano, antecesor de Turquía. Ese día las autoridades otomanas detuvieron a 235 intelectuales de la comunidad armenia, en Constantinopla, la actual Estambul, capital de Turquía. De allí en adelante el hostigamiento fue in crescendo y terminó con una matanza brutal y salvaje que les costó la vida a millones de armenios. El genocidio incluyó persecuciones, asesinatos y deportaciones forzadas, con la supresión de identidades y un exilio obligado que provocó una ola migratoria que alcanzó la Argentina. Quienes lograron sortear el horror fueron el testimonio vivo que perdura en las generaciones posteriores.

Rosario recordará el Genocidio armenio

En este marco, Rosario recordará este jueves a las 18. en el memorial de Dorrego y el río, los 110 años de este crimen de lesa humanidad. Y como el pueblo sobreviviente replica su cultura e identidad en las generaciones posteriores, la historia de Antranig Sarkissian es un ejemplo cabal de una vida marcada por las pérdidas, las persecuciones y un volver a empezar en “otro mundo” narrada por Gisela.

  –Con respeto, honrando la historia. Pero también me permito hacerlo con alegría. Es una fecha para conmemorar la historia de mi familia y celebrar la oportunidad de no olvidar nuestro legado: trascender a pesar del intento de exterminio. Como suele decirse, uno no es lo que tiene sino lo que logra superar. En esta fecha siento una enorme gratitud al tomar consciencia de que pudimos vivir una vida plena de sentido, una vida que para muchos armenios fue truncada. Esa posibilidad fue el resultado de la valentía, y en muchos casos también de la suerte, de quienes lograron sobrevivir al horror que comenzó en 1915.

  –¿Qué significa llevar el apellido Sarkissian?

  –Me conecta profundamente con mis raíces. Siempre me piden deletrearlo, y aprovecho la oportunidad para decir con orgullo que es un apellido armenio. Y cuando me preguntan dónde queda Armenia, si bien es un país del tamaño de la provincia de Misiones y limita con Georgia, Azerbaijan, Irán y Turquía, suelo responder “queda en mi corazón”, porque es ahí donde verdaderamente habita.

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Celina Mutti Lovera / La Capital

  –¿Cómo fue crecer en una familia marcada por el legado de trascender y valorar la vida?

  –Crecí rodeada de un fuerte sentido de hogar. El idioma armenio estaba presente, aunque no llegué a aprenderlo como me hubiera gustado. Pero atesoro el calor de las reuniones familiares, los abrazos de mi tío Garo, la alegría de los domingos en el Centro Armenio de Rosario. Teníamos lo fundamental y necesario: estábamos juntos. Mi tía Arminé me enseñó que todo se resume en el amor y el respeto: a la vida, a la espiritualidad,(que no sólo incluye la fe en Dios, sino también en la humanidad. Mi papá fue ejemplo de resiliencia, de resignificar el pasado, me enseñó que en el presente está la oportunidad de valorar lo simple, de volver a empezar.

  –¿Pudiste conocer su historia?

  –Sí. Aunque cuando era niña él esquivaba mis preguntas con mucha templanza, más adelante tuve la oportunidad de conocer su historia en profundidad narrada en primera persona y capturada en un papel por mi tía Arminé. Lamentablemente, lo hice cuando él ya no estaba con nosotros. Fue como armar un rompecabezas del dolor, atravesada por el espanto, que no pueden dejar más que profundas heridas. Ahora, a mis 42 años y madre de dos hijos, encuentro sentido a sus silencios. Lo hacía para protegerme de tanto dolor, ya que por ese entonces yo tenía la edad en la que él ya era huérfano. Mi abuelo, Antranig Sarkis, nació en 1912 en Tigranakert, en la antigua Armenia. Con sólo tres años, perdió a sus padres durante el genocidio armenio y fue quedando al cuidado de distintos familiares, en medio del horror y el desarraigo. Dejó atrás la ancestral Armenia, su hogar rodeado de montañas imponentes y custodiado por jachkares, esas cruces de piedra talladas con esmero. Abandonar su tierra fue dejar también parte de su alma. Primero fue a Mosul, donde llegó en 1921 luego de dos intentos de cruzar la frontera a lomo de mula. En el primer intento fueron capturados por los turcos en el río Tigris, secuestrados y presos 15 días. La suerte estuvo de su lado, los obligaron regresar a sus tierras ancestrales. En 1923, se trasladó a Aleppo, Siria, donde logró estudiar por un tiempo. En 1926 llegó a Nicosia, Chipre, donde fue alojado en un orfanato donde recibió una excelente formación académica. En 1932 se preparó para su próximo destino: Argentina. Finalmente, arribó a Rosario el 5 de noviembre. Fue a partir de allí y el cobijo de nuestro país donde eligió dejar de huir y comenzó una nueva vida, recuperando su apellido original, Sarkissian, como un acto de dignidad y memoria, ya que durante el exilio se vio forzado a adoptar diversos apellidos.

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Celina Mutti Lovera / La Capital

  –¿Qué recuerdos tenés de tu abuelo, el Dede?

  –El Dede era la calma. Nos observaba en silencio, como si a través de sus ojos viera cómo se perpetuaban los valores que lo ayudaron a no doblegarse. Cuando, de niña, le preguntaba sobre su historia, me respondía: “lo importante es que estamos vivos, juntos y con fe”. Mi abuelo siempre estuvo agradecido a nuestro país. En 1936 se casó con mi abuela, Elisa Indjoian, la “Mema”, también víctima del exilio, y juntos comenzaron a reconstruir lo que alguna vez les fue arrebatado: un hogar, una familia, una comunidad, un futuro. Jugar al ajedrez o al backgammon con sus pares con una complicidad admirable era la forma de seguir conectados con su Armenia interior, con cada generación, fueron sembrando valores que hoy florecen en nosotros.

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Celina Mutti Lovera / La Capital

  –¿Cómo transmitís este legado?

  –Les enseñamos a nuestros hijos que el respeto, la memoria y la gratitud son claves para vivir con sentido. Mi hijo se llama Garo y mi hija Ana, ambos nombres cargados de significado para nuestra historia y que refuerzan nuestra identidad.

  –¿Qué mensaje querés dejar ?

  –Que estamos vivos, eso ya es una victoria. Que el legado de quienes resistieron no se desvanece sino que se transforma en vida. Como decía mi abuelo: “En vida, hermano, en vida”.

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