Aunque parece una simple preferencia, los especialistas explican que detrás del desinterés por el baile pueden existir factores genéticos, experiencias personales o emociones asociadas a la autoimagen y la coordinación corporal.
El baile no solo es una forma de arte, también es una manera de expresarse, liberar tensiones y disfrutar socialmente.
Sin embargo, hay muchas personas que no sienten placer al bailar e incluso evitan hacerlo en fiestas, casamientos o boliches.
Lo que para algunos es un momento divertido, para otros puede ser fuente de incomodidad, ansiedad o presión.
Según investigaciones recientes, el rechazo al baile no se relaciona con “algo malo”, sino con experiencias personales y factores biológicos. Un estudio realizado en Tennessee, Estados Unidos, sugiere que existe un componente genético que influye en la capacidad de sincronizar el cuerpo con la música. En otras palabras, hay personas que nacen con mayor facilidad para coordinar movimientos con los ritmos, y eso las lleva a disfrutar más del baile.
Por el contrario, quienes tienen más dificultades para seguir una melodía o coordinar sus movimientos tienden a evitarlo, ya que esa falta de habilidad puede generar frustración o vergüenza. Con el tiempo, esta sensación se refuerza y se convierte en una conducta aprendida: “no me gusta bailar”.
Más allá de esto, los especialistas subrayan que el baile ofrece múltiples beneficios físicos y emocionales:
Promueve la creatividad, especialmente en estilos libres como el hip hop o la danza contemporánea.
Aumenta la autoestima, al mejorar la percepción del cuerpo y la confianza personal.
Reduce el estrés, la ansiedad y la depresión, gracias a la liberación de endorfinas.
Mejora la memoria y la concentración, ya que aprender pasos y secuencias estimula distintas áreas del cerebro.
En definitiva, no disfrutar del baile no es un problema, pero entender sus causas puede ayudar a quienes deseen reconciliarse con el movimiento y animarse a vivirlo de otra manera.
Fuente: AMBITO