Donald Trump selló en su segundo mandato un acuerdo con los sectores de alta tecnología de Silicon Valley fundado en una visión compartida económica, tecnológica, política y cultural, en la que se comprometió a incentivar la incesante competencia del sector tanto en EE.UU. como en el mundo y a desregular completamente la actividad para las startups y las grandes plataformas digitales.
Como contrapartida Trump les exigió que inviertan en gran escala en el mercado estadounidense, direccionándolas hacia el desarrollo de la infraestructura de la Inteligencia artificial.
En esa reunión se encontraban todas las cabezas de la alta tecnología norteamericana: Mark Zuckerberg (fundador y líder de Meta/Facebook) que le comunicó que su compañía invertirá US$ 600.000 millones en 2025/2026; Tim Cook de Apple – el heredero de Steve Jobs – señaló que su firma hará lo mismo y en igual periodo, en tanto que Sundar Pichai de Google corroboró que invertirá US$ 250.000 millones en 2025, mientras que Microsoft, a través de su director General Satya Nadella sostuvo que la compañía creada por Bill Gates gastará US$ 80.000 millones anuales en la próxima década.
En conjunto las cuatro grandes plataformas digitales – Amazon, Google, Microsoft y Meta/Facebook – invertirán este año en EE.UU. y en el mundo US$ 350.000 millones, que serían US$ 500.000 millones en 2026.
Todas estas empresas, que son las estrellas del universo high tech, anunciaron que invertirán una suma semejante, aunque en menor escala, en programas específicos en la formación de la fuerza de trabajo exigida por la Inteligencia artificial, con especial énfasis en el acceso gratuito a todo su arsenal tecnológico de los college universitarios. A ello habría que agregar el salto cualitativo que aspiran a crear en los community college de los trabajadores industriales y de servicios; y todo en respaldo de la iniciativa lanzada por Melania Trump, la esposa del presidente estadounidense.
Trump, en suma, ha creado un nuevo “Bloque histórico” en los términos de Antonio Gramsci, en el sentido de un proceso de integración económica, política y cultural, que sirva como sustento del poder de EE.UU. en el siglo XXI.
El núcleo de esta tarea ciclópea es de carácter cultural y tiene un significado tanto estructural como estrictamente psicológico/individual. Se funda en la premisa establecida por Martin Heidegger de que “la esencia de la técnica, no es técnica sino cultural”.
Habría que agregar que de esta auténtica revolución en el conocimiento del mundo y el hombre sobre sí mismos se despliegan dos políticas básicas: la primera es la tesis primordial del “manifiesto súper optimista” de Silicon Valley que establece que la revolución tecnológica crece sobre sí misma, y lo hace cada vez con mayores rendimientos a medida que se acelera el proceso de acumulación de sus compañías. Y afirma su convicción en que este proceso no tiene límites salvo los que se fija a sí mismo con el único objeto de superarlos, y de esa manera crece en forma de tirabuzón ascendente y en continua innovación.
La segunda idea que existe en el núcleo cultural de este nuevo “bloque histórico” es que a la revolución tecnológica hay que incentivarla y no controlarla porque el mundo se le ofrece como una cantera inagotable de oportunidades. Esto implica, en síntesis, desechar toda obsesión por los riesgos que siempre acechan, lo que hace que sus cultores, especialmente los europeos, se vuelquen sistemáticamente al pasado y dispongan de ánimos esencialmente perdedores. “No hay nada peor que perder por buenas razones”, dijo Walter Lippmann.
Karl Marx advirtió que el capitalismo como sistema mundial de producción está constituido por tres elementos fundamentales: un régimen de propiedad privada; un sistema de acumulación (ahorro/inversión) en continua expansión y una visión civilizatoria.
Este conjunto tiene un significado esencialmente histórico, cambiante y en permanente mutación, que se despliega al ritmo de sucesivas revoluciones tecnológicas de las que surgen las distintas fases del sistema capitalista de acumulación. La última de esas fases históricamente diferenciadas, es la cuarta Revolución Industrial, que es el proceso de digitalización completa de la manufactura y los servicios a escala global.
La clave de este extraordinario proceso histórico es la “visión civilizatoria” en que se funda y que es la razón de ser de su excepcional dinamismo y capacidad de realización. Esta visión es la que a través del doble trazo del “manifiesto súper optimista” de Silicon Valley y la búsqueda incesante de oportunidades sin temor a los riesgos (que formuló entre otros el vicepresidente J.D. Vance en Europa) es la que está en pleno despliegue en EE.UU. y en el mundo a través del nuevo “bloque histórico” que han formado Trump y el mundo high tech.
En suma, se trata de una visión arquetípicamente norteamericana, el país de la frontera y en el que nada – este es su prejuicio más arraigado – es imposible (y no hay que descartar que tengan razón).