La religiosa francesa, sobrina de Léonie Duquet, una de las víctimas de Alfredo Astiz, fue la responsable de acercar al Papa a las comunidades trans, los feriantes y los artistas de circo de Roma. Francisco la llamaba “la enfant terrible del Evangelio”.
En un gesto cargado de emoción, Sor Geneviève Jeanningros, la monja francesa que durante décadas tendió puentes entre la Iglesia y los márgenes de Roma, rompió el protocolo vaticano con una despedida silenciosa pero inolvidable al Papa Francisco. A sus 81 años, y con una mochila al hombro, se paró junto al féretro del pontífice y se quedó llorando en silencio. No hizo falta más para que todos entendieran: allí se despedía una amiga.
No rezó en voz alta. No avanzó. Simplemente se quedó, llorando, en silencio. Geneviève Jeanningros era mas que una amiga del Papa. Fue también una suerte de embajadora silenciosa entre el Vaticano y los marginados: los nómades, las trabajadoras sexuales trans, los feriantes de Ostia, la costa de la región del Lacio.
Durante más de medio siglo, la hermana, miembro de la orden de las Hermanitas de Jesús, dedicó su vida a quienes rara vez tienen lugar en los templos. Francisco la llamaba con cariño “la enfant terrible” del Evangelio. La religiosa, cada miércoles, se presentaba en las audiencias vaticanas acompañada de grupos LGBT+, artistas de circo o migrantes sin techo.
A pesar de que no formaba parte del rígido protocolo que obligaba a los cardenales, obispos y personal del Vaticano a ser los primeros en dar el adiós al pontífice, nadie se atrevió a decirle a la religiosa que ese no era su lugar y allí permaneció durante varios minutos.
Puentes en tiempos de pandemia
En plena pandemia, Geneviève fue protagonista de otro gesto que definió su vínculo con Francisco. Junto al párroco de la Santísima Virgen Inmaculada de la localidad de Torvaianica Andrea Conocchia, tocó la puerta del cardenal limosnero del Vaticano, Konrad Krajewsk, para llevar ayuda urgente a la comunidad trans y a los feriantes que, sin público ni ferias, no podían trabajar.
No era la primera vez que intercedía por ellos. Un miércoles, llevó al Vaticano a Claudia, Marcella y muchas otras mujeres trans para que conocieran al Papa. Una de ellas fue asesinada poco después. “Se habían tomado una foto con él, se la llevé y Francisco rezó por ella”, contaba a los medios vaticanos.
También fue ella quien, en 2024, logró que el Papa visitara el Luna Park de Ostia para bendecir una estatua de la Virgen «protectora del espectáculo ambulante y del circo».
Aquel día, bajo el calor sofocante del verano romano, Francisco fue recibido con dos besos por la hermana Geneviève. Ese día, según detalló Vatican News, «el arribo del Pontífice estuvo marcado por el chasquido de dos besos saludados por la Hermana Geneviève Jeanningros».
Genevieve, además, es sobrina de la monja francesa Leonie Duquet, que junto a otra monja, Alice Dumon, fueron secuestradas y desaparecidas durante la última dictadura cívico militar en un operativo de espionaje y secuestro del que participó el represor Alfredo Astiz.
En el velatorio del Papa, Geneviève volvió a hacer lo que hizo toda la vida: estar donde la mayoría no llega. Esta vez fue al costado del féretro del Papa. No para representar a nadie. Solo para despedir a un amigo.
SFA – Agencias